El cine siempre ha sido un espejo de la sociedad, distorsionado a veces, pero bastante realista en otras, especialmente en géneros como la comedia o el drama. Las películas nos han ayudado, de hecho, a conocer mucho mejor nuestro entorno, lo que sucede a nuestro alrededor. Nos han contado historias a través de las cuales podemos canalizar nuestros propios deseos y sentimientos. Cuando una película está bien hecha no tardamos en empatizar con los protagonistas, metiéndonos dentro de esa historia. Porque las buenas películas, como las buenas canciones o las buenas novelas, hablan de sentimientos universales. Da igual si el protagonista es un intrépido aventurero que mata cocodrilos con sus propias manos y nosotros no hemos salido de casa en meses. Es la conexión con sus emociones, el miedo, la ambición, la curiosidad, lo que nos hará disfrutar mucho más de esa historia que nos están contando. De ahí que en muchas ocasiones, incluso personajes con los que no tenemos nada que ver, o que podríamos rechazar en un primer momento, se convierten en nuestros favoritos.
En los últimos años, por ejemplo, los villanos están tomando la delantera a los héroes como personajes más carismáticos. Es algo que viene de lejos, pero es cierto que nuestra sociedad ya ha entendido que ese maniqueísmo del bien y el mal está muy pasado de moda. Todos somos grises, algunos más oscuros, otros más claros, pero siempre hay algo de maldad y bondad en todos nosotros. Los villanos de las películas suelen tener ambiciones que escapan a nuestro entendimiento, pero son fácilmente comprensibles si nos ponemos en sus zapatos. Las circunstancias lo son todo, tanto para ellos como para otros personajes que no parecen contar, al menos en principio, con la simpatía del público. Las prostitutas han sido marginadas desde hace siglos, y sus apariciones en películas y series de televisión han sido casi anecdóticas. Han cargado además con ese estigma de ser mujeres que se salen de la norma, que roban maridos, que se dedican a algo demasiado vulgar o bajo. Pero las cosas están cambiando, y cada vez son más las actrices famosas que se atreven a interpretar a trabajadoras sexuales en la gran pantalla.
Marlene Dietrich
Decían de ella que era una de las mujeres más hermosas de toda la Historia, y viéndola en sus películas, uno no puede más que estar de acuerdo con esa aseveración. Dietrich tomó una decisión valiente al interpretar a la protagonista de Fatalidad, una joven viuda que se convierte en prostituta para sobrevivir. El filme de Josef von Sternberg es uno de los primeros ejemplos de thriller clásico, con escenas realmente increíbles para la época, 1931.
Dietrich hace uso de todas sus armas de seducción para convertirse en una espía a la que no se le resiste ningún alto cargo. Gracias a eso, es contratada por el gobierno austríaco para investigar a sus superiores y obtener información privilegiada. Algo así como una Mata Hari de la gran pantalla. La joven conquistó a todos con esta película que es, junto a Marruecos y El ángel azul, uno de sus mejores papeles.
Audrey Hepburn
De belleza a belleza, Hepburn consiguió relevar a Dietrich como una de las actrices más sensuales y deseadas, y en esta película se coronó en tal papel. Desayuno con Diamantes es una versión muy libre de la obra del célebre Truman Capote, y la propia elección de Audrey para el papel supuso un cambio importante en el guión.
Y es que en el libro, el personaje de Holly es mucho más sexual, e incluso tiene relaciones con mujeres. Hepburn pidió rebajar ese contenido erótico, aunque su función en la película era la misma: hacer de acompañante de un hombre maduro. Claro que aquí no se insinúan tanto los encuentros sexuales, y se trata más bien de una relación platónica que incluso podría resultar adorable para muchos. Hepburn consiguió el papel después de que Marilyn Monroe lo rechazara por ser, precisamente, demasiado sexual para ella.
Catherine Deneuve
Luis Buñuel ya era uno de los directores más aclamados de todo el mundo en 1967, cuando decidió rodar una de sus películas más controvertidas. En Belle de Jour, una exuberante y magnética Catherine Deneuve retoma su trabajo de prostituta, que dejó al casarse con un rico cliente. El impulso sexual del personaje por seguir descubriendo hasta dónde llega su pasión, incluso poniendo en juego su propia estabilidad de pareja, hace que la película nos mantenga en tensión todo el tiempo.
Deneuve está impecable en el papel de esta sofisticada señorita de compañía, que parece aburrida de su vida de casada y busca emociones fuertes. Una premisa que hoy, más de medio siglo después, se sigue utilizando en innumerables libros y películas eróticas. La interpretación de la actriz francesa ha quedado, no obstante, como una de las mejores en cuanto a reflejar la prostitución en el cine.
Shirley McLeine
Y si Belle de Jour es uno de esos clásicos atemporales que tratan el tema de la prostitución, no podemos olvidarnos tampoco de la genial Irma La Dulce. Ese regalo que el genio Billy Wilder nos hizo en 1963, en formato de comedia, con una espectacular Shirle McLaine tratando de dejar atrás su imagen de niña actriz. Es cierto que la prostituta de McLaine conservaba esa inocencia y ese rubor que la propia actriz había ido destilando en sus anteriores personajes.
Pero el simple hecho de atreverse a interpretar a una trabajadora sexual, por más que fuera de buen corazón, ya supuso una gran polémica en su momento. El papel de McLaine es otro gran clásico y no han sido pocas las actrices que, a posteriori, afirmaban que ojalá pudieran haber tomado ese papel en su momento. La prostituta de buen corazón que deja su trabajo al conocer el amor, un cuento de hadas que evidentemente queda lejos de la realidad, pero que nos hace disfrutar durante todo el metraje.
Julia Roberts
La prostituta definitiva de finales del siglo XX. La única mujer capaz de convertirse en la Novia de América realizando un papel de acompañante sexual. Julia Roberts le roba el corazón a Richard Gere y de paso, al mundo entero, en este azucarada versión de la Cenicienta que fue un auténtico boom en taquilla. El personaje de Roberts es una típica prostituta vulgar pero de buen corazón, que siente que le ha tocado la lotería cuando conoce a un cliente rico que siente predilección por ella.
La película está llena de sensualidad pero no hay escenas demasiado explícitas, y el final original, mucho más oscuro, también se acomodó al “felices para siempre” que todos esperaban. Roberts comenzó su fulgurante carrera al éxito gracias a esta película cuyo coprotagonista también hizo de acompañante sexual una década antes para darse a conocer. Un clásico moderno que se ha intentado copiar y emular cientos de veces, pero nunca se ha podido igualar.